martes, 26 de febrero de 2019

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No era raro que Zhaba pasara un buen tiempo sin tener  noticias de Zurimi. Cuando la invocó aquella vez, como tantas otras, no se presentó para un tema en particular que debía resolver. Decidió fabricar un nuevo mensaje profético para sus adeptos aquella tarde. Revisando discursos anteriores, respondió de paso algunos cabos sueltos que le plantearan los de su círculo cercano. Filtró algunas revelaciones para el siguiente mensaje, que sería parte de un gran discurso que debía comunicarlo desde ya, pero en forma velada para no asustar a nadie. Incitar a la construcción de un templo dedicado al culto de la diosa Zurimi.

Una diosa que para siempre ocupada, no está pendiente de su profeta. Eso da pie a una situación hipotética pero no por ello menos deleznable: la profeta decide en algún momento de su oficio de escribana, rebelarse contra la entidad que, dicho de otra manera, le dió trabajo. Si nos fijamos bien, una relación de profeta-divinidad no es otra que una relación laboral de un subordinado y su jefe. En el caso de ambas, la relación era un tira y afloja. Había tensión en la profeta, cuando no recibía las respuestas adecuadas dentro de tiempos fijados o preestablecidos. Lo peor que podía pasar, que no hubiera respuesta alguna. Aquellas ausencias marcaban el carácter agrio de la profeta. Quién sabe si como una cuestión de fondo, serían celos mutuos, basada en una silente hipocresía de ambas partes. Pero por sobre todas las cosas, estaría escrito en un libro imaginario o imposible de creer, todos los designios del Escondido, de la Profunda Conciencia que Guía los Pasos, del Venerado Constructor, quien decide por encima de las correrías de una diosa, o semidiosa algo irresponsable por sus actos y su poca constancia para llevar adelante una obra. Con respecto de Zurimi, hay que sujetar con pinzas el árbol genealógico del cual desciende. No nos explicamos por qué estuvo encerrada en una botella por largos años, hasta que fuera liberada por un practicante de la serendipia, que por meras casualidades del destino, en su camino estaba dicho que debía toparse con aquella botella y por un descuido, al rajarse, creyó liberar a una efrit o un genn. Un caminante del desierto liberó a una diosa irresponsable. La figura no da ni para una metáfora creíble.

Zhaba intercaló dos o tres nuevos preceptos en su discurso, los que ya había discutido en alguna ocasión con Zurimi, cuando aún se comunicaban, los cuales ella le había censurado divulgar, no era el momento adecuado. Uno de esos preceptos rezaba apedrear a los zynits si se les veía en libre tránsito por la ciudad. El segundo precepto permitía secuestrarlos y lapidarlos hasta morir. Surge el dilema del profeta que busca no ser uno más del montón, sino ser el show mediático en sí, quien decide tomar decisiones propias sin consultarlas ante su superior, en este caso una entidad divina que no podía ponerse en orden a sí misma. No es el primer caso que permite plantear un profundo tema filosófico que se resume en una pregunta: ¿hasta qué punto un profeta miente en su mensaje y más es lo suyo, de cosecha propia, que lo establecido por la entidad con quien dice tomar contacto, para difundir su sabia y revelada verdad? ¿Cuánto de revelado y divino es disfrazado con mensajes que cargan intereses propios de quien pregona?

Hablemos de los zinguruts. Hanut y Manut. Son entidades del bajo astral, pero eso no lo sabe Zhaba. Es probable que nunca se entere de eso, está cegada, deslumbrada por ellos. Los percibe como ángeles, cuando son todo lo contrario. Ante ellos se descarga y se queja de las labores que le pide someterse Zurimi. La principal queja de Zhaba es que no asume su parte del compromiso y tampoco le ha otorgado más poder, para realizar milagros ante sus fieles. Hanut y Manut, le aconsejan en lo posible, uno que otro cambio que puede realizar la profeta. Cuando Zhaba los invoca mentalmente, se presentan en un santiamén. Aparecen elegantes e impecables, de rostro y ojos claros, de atractivo demoníaco con el brillo que despliegan. Si ellos quisieran, serían astros, actores o modelos, haciendo carreras envidiables entre focos y fama, sin que nadie se dé cuenta que son demonios de verdad. Zhaba no es consciente que ambos son súcubos, vampiros energéticos o ladrones de energía, lo que hace un egregor o un atrapasueños cuando se les activa. En algunas ocasiones, cuando la profeta descansaba, despertaba mucho más cansada de lo habitual. Lo atribuía a su cansina labor de profeta, pero no relacionaba que ambos, Hanut y Manut, le estaban robando su energía, la que captaba ella sin saber cómo, mientras pregonaba sus discursos de los nuevos cambios para sus adeptos, que se contaban por miles dentro de su secta.

Zhaba tampoco recordaba sus sueños de algunas noches. Los súcubos, cuando conviven con una persona que capta mucha energía pero que no sabe distribuirla o usarla, no se le despegan y procuran absorberle la mayor cantidad posible. Era lo que pasaba con Hanut y Manut. Se habían topado con algo más que una simple gallina de los huevos de oro. Ambos se metían en sus sueños y le hacían pasar episodios oníricos no aptos para ser relatados. A través del sueño le robaban la energía extra que generaba, dándose por satisfechos los insaciables súcubos, a expensas de la profeta.

Zhaba estaba a punto de iniciar la sedición, luego degenerado en rebelión, así como cuando Mazzini, el fundador de la Logia P-2 autorizaba a los suyos para cometer deliberadamente el incendi, el avvelenamenti y el furti, motivos por lo que dieron origen a la nefasta palabra siciliana mafia. Guiada por los zinguruts, en sus mensajes intercalaba palabras o frases claves que iban cargadas de intenciones energéticas, entre ellas señalaba los pequeños actos de ataque y agresión contra los zynits. Si se hacía en distintos puntos de la ciudad, daría la impresión que se estaba armando algo grande, viniendo de  una secta que crecía exponencialmente. Las bases para el gran templo iban avanzando a una velocidad trepidante. 

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