sábado, 23 de febrero de 2019

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Segundo Libro

Aquellas rayaduras finas en la mesa de madera simulaban una nocturna fogata, de esas cuando pones a quemar finas ramas y saltan las largas chispas en la vorágine del fuego hacia el cielo. No se había percatado de ello cuando levantó el mantel negro que se encontraba polvoriento, las cartas no debían recibir ese tipo de interferencias en una próxima lectura o apertura de portal para invocar a Surimi. ¿De cuánto tiempo estaba la mesa así? Había que mandarlo a lijar toda la superficie entera y desaparecer esa atrocidad. Con razón las últimas lecturas traían mensajes incomprensibles. Eso es lo que piensas, la cómoda excusa para fastidiar a los demás. Ernesto no pudo haber sido, era muy fino los rayones. Además el mantel llevaba mucho tiempo sin lavarse y esas marcas sería de mucho antes que llegara el gato. Quizás estuvieran desde el día de la mudanza.

Svetlana, su vieja amiga, afirmaba haber aprendido directamente de Madame Lenormand la lectura de cartas. Lo cual era una contradicción ya que no calzaban los tiempos para haber coincidido con la mismísima Lenormand, salvo que lo aprendiera de otra vieja bruja que decía serlo, porque madame no era de enseñar a tantos discípulos, pero sí se preocupó de escribir rentables manuales, actualizando así las obstrusas y complicadas lecturas de Levi, Etteilla y otros más, si no se me olvida.

Aquel día Svetlana le hizo una rápida lectura, sugerida por Sabinarrosa sobre algunas inquietudes que le rondaban la cabeza. El carro, el emperador y alguna carta de oros, anunciaban visita de alguien para Sabinarrosa. Lo buscarían desde muy lejos. Específicamente a él. ¿Cuántos vendrían? A lo que la vieja respondió tajante: cuatro. Sabinarrosa se sorprendió. Quería consultarle sobre un tema doméstico y se topó con un aviso mayor. Había que limpiar la casa y preparar algunos cuartos para los huéspedes, no tenía la más mínima idea de quienes serían. ¿Por cuánto tiempo estarían por acá? Svetlana respondió: dos semanas y media.

Para ese entonces, Sabinarrosa había sostenido dos sesiones de entrevistas con Surimi, conociéndola un poco más, pero no a profundidad. Algo no le quedó claro, cada vez la notaba más evasiva y extenuante al  invocarla. Al retirar el mantel, vio las rayaduras finas que simulaban la llamarada de fuego, quizás eso interfería. Aquella tercera vez que la invocaría, tomaría hierba mate para mantenerse atento. A pesar que le hacía ascos al mate, lo mantenía alerta por varias horas, las necesarias para lidiar con la energía densa de Surimi.
No le gustaba el café, porque le producía gases y el té lo mandaba seguido al baño por sus propiedades diuréticas.


...



Sabinarrosa se quedaba perplejo cada vez que leía a Séneca. Es mucha sabiduría para un hombre, incluso para la época en que se desenvolvió. ¿Con qué escuela iniciática habrá tomado contacto en ese tiempo? Incluso algunos de sus textos tenían segundas lecturas, del orden iniciático. Algo así como con el Fausto de Goethe: lo del diablo es mera alegoría. Bien leído, y con alguna base hacia donde apunta Goethe, el Fausto va más allá de la historia base del pacto. Es más profundo. Entre Séneca y Raimundo Llull... ¿serían ambos el mismo avatar? El caso de Llull es el de un rara avis, un excepcional de su tiempo, un adelantado. Era increíble que en los tiempos de oscurantismo que se anunciaban venideros, hizo todo lo que hizo. Solo faltaba que lo denunciaran por hereje. Aunque eran diametralmente opuestos tanto Séneca de Llull, algo hacía sospechar a Sabinarrosa que se trataba del mismo avatar.

Había que repasar el texto de Aram. En el capítulo tres, menciona que el apóstol Felipe, quien luego sería Francisco de Asís y también Martín de Porres, se trataba del mismo avatar: Kuthumi. Por eso el pensamiento de Asís se entroncaba con el de Porres. Era la misma filosofía. Del apóstol Felipe no se sabe nada: no hay registros que perduraran, para identificar si mantuvo el mismo pensamiento. Pero la transmigración estaba identificada. Lo que hizo el maestro Kuthumi en cada vida, dejó obra y consecuencias para bien, a modo de ejemplo.

En el caso de Cristóbal Colón, fue antes el Mago Merlín, luego el dramaturgo William Shakespeare y posteriormente el aún enigmático personaje Conde de Saint Germain. Luego trascendería como avatar para la era de Acuario y ascender con el título de Maha Chohan. Fue referente activo en los telones detrás de la política y alquímico (las obras teatrales del Bardo de Avon son antimonárquicas en su mayoría), sabedor de los teñidos de telas, dejó conocimientos sobre el uso de la luz violeta de la transmutación. Era otro avatar identificado por Aram.

El Maestro El-Morya, quien fue el rey Arturus, ahora es el avatar de Darjeeling, regente del rayo azul del poder. Apenas se había identificado tres avatares, de los cuales se tenía certeza de sus pasos por este mundo. Sabinarrosa quería empecinarse en encontrar más avatares o aquellos quienes reencarnaron en más de una ocasión en distintas épocas, manteniendo una coherencia del mensaje en cada tiempo en que se desenvolvieron. Pero para ello habría que acudir al Registro de los archivos akáshicos. ¿Dejarían los de Akása husmear en las líneas álmicas de los avatares?

Séneca, quien siglos más tarde sería Raimundo Llull, ¿sería quizás Francis Bacon, y luego Fulcanelli? La neumonía de Bacon era risible por como lo obtuvo, mientras se inspiró en probar el punto de congelamiento rellenando y cubriendo pollos con la nieve. Pero con lo del empirismo y el método científico, es que se encuentra paralelos con Llull, quien ya había propuesto un orden de clasificación para la ciencia. Desde luego, había que identificar más avatares, quiénes guardaban relación con lo que hicieron en cada vida y encontrar paralelismos o puntos coherentes del pensamiento, interrumpido por una reencarnación o por las artes de la transmigración a conciencia y voluntad. En eso estaba Sabinarrosa, hasta que se topó revisando entre sus libros, con un cuadernillo rústico firmado por Catay Cipango, comprado hace tiempo y aún sin leerlo del todo, titulado Perfectibile de Komosoros, en él anota sobre ciertos rituales lindantes con lo chamániko, pero sin serlo o profundizar más al respecto. El problema con Catay Cipango es que entiende todo mal y pretende explicar, cual difusor de un texto con poca cabida para el público en general, que Komosoros era una tribu (nada que ver) que realizaban aquelarres (lo cual es falso). El Perfectibile era un documento cuyas anotaciones libres sobre diversos temas, era de un autor misterioso que firmaba Komosoros. Cero en comprensión de lectura, pensó riéndose Sabinarrosa.

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