jueves, 28 de febrero de 2019

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El poder de la voz es necesario para convertirse en una profeta. Más que alzar la voz, es un don para acallar las mentes y aquietar los murmullos despectivos de los zynits, entrar en sus corazones y hablarles con la verdad y el conocimiento que merecían desde antaño. Es un poder, el atributo o regalo de la diosa Zurimi cedido a Dinah. Fue un poder para los profetas de antaño, el verbo se vuelve un acto creador y sobre esta estructura, construir un futuro verbal, la palabra toma fuerza y concreta las acciones prometidas.

A través de algunos ensueños dirigidos por Zurimi, Dinah aprendió a cambiar su pensamiento de víctima y percibir que era otra, cuando empezaba a predicar en medio de una plaza abierta. Su voz se hacía potente y no bastaban más de dos minutos para estar rodeada de aquellos que iban a escucharla con una atención especial. Sintió el llamado que debía predicar cada día, cuando el sol estaba en lo alto y cuando se recluía entre las montañas.

El cincuenta y tres engloba lo que se esconde tras un resentimiento inicial: la necesidad fortuita de alcanzar la estabilidad, para luego profundizar y dedicarse de lleno a la sabiduría, proclamar mensajes sobre la lealtad, la verdad y la confianza a depositar en una nueva fe, elevar y regenerar al hombre y la mujer. El resentimiento es la semilla para renovar lo caduco y obsoleto que nos rodea. Es la pequeña revolución interna, para cambiar desde dentro hacia afuera, desde una misma hacia la masa, los nuevos adeptos. Pero si el resentimiento se guarda para uno mismo, sin exteriorizarlo, se convierte en una pústula de odio que se degenera y mata a una misma. Para englobar estos y otros conceptos, la figura mítica del Zimurgh fue escogida por Dinah, ahora Zhaba,  luego de algunos discursos, con que se haría conocida como una nueva profeta que anunciaba los nuevos tiempos.

El símbolo del Zimurgh aporta una punzante luz y la claridad necesaria, en el que abundan las nebulosas del terror, la confusión y la opresión. Es la victoria de un animal sagrado e inmaculado, representativo del bien sobre el mal. Una figura que representa también la eternidad, que se regenera sobre sus restos y vuelve a la vida, el rayo de luz, aquél por el que todas las aves van tras su búsqueda y no lo alcanzan, el portal de los nuevos cambios venideros.

Zurimi no siempre estaba a su lado. En un principio sí estuvo a su lado, para que se armara de valor y congregara a tanta gente, para comunicar su mensaje de justicia, igualdad y otros conceptos, diametralmente opuestos y ajenos al de los zynits.

Con cada nuevo discurso de Zhaba, tal como se hacía llamar Dinah, los zynits, sobre todo los priestes, avisados de la presencia de una pordiosera que se dedicaba a hablar fuerte, la insultaban de todo sin la presencia de ella, criticaban los conceptos que vociferaba y que fueran transmitidos por memoriones espías. Muchos de esos mensajes eran contrarios a lo que predicaban los propios zynits, sobre todo cuando estaba reunidos en lo alto de su ziggurat.

El arma de la nueva verdad revelada ya no hiere, la herida sangrante se regenera y la espiritualidad se alcanza a través de los primeros conocimientos sobre la profundidad de la vida y la fe. La profeta Zhaba se aseguraba de calar y sentar muy bien sus mensajes a sus nuevos adeptos, que sumaban por centenares cada vez que declamaba un nuevo discurso cerca del zoco. Quizás fuera cierto que tomara el nombre de la antigua reina de Saba, Belkis. Lo concreto es que cada vez iba adquiriendo voz y una presencia mayor: es la nueva profeta del siglo, la que da las respuestas adecuadas a la secta del exterminio como es el de los zynits, que adoran a un dios vengativo y nada divino, sino semejante a un humano que solo sabe odiar, demasiado humano, como es Zin-Uru.  

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