martes, 12 de marzo de 2019

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Su nombre era difícil de pronunciar, la aproximación era un sonido similar a Surimi, Nurimi. Sabinarrosa se quedaba en silencio, la contemplaba, se daba cuenta que ella le intimidaba desde que se presentara en su sala, donde solía hacer sus estudios esotéricos. Tantas preguntas que se le ocurrirían al toparse con una entidad, se prometía llegar a la verdad absoluta o a la verdad profunda. Cuando por fin, luego de tanto tiempo invocando una otra vez, tuvo la oportunidad de verla aparecer tras una tenue y fugaz humareda, se quedó en blanco, sin ganas de preguntar. Toda respuesta ya la sabría de antemano, no valía la pena hacer preguntas fútiles que incomodaran su presencia. Creía estar en un umbral donde no había nada para decir sino solo contemplarla, estar en paz al lado de esa entidad.  

Pero una entidad también se desespera, si ha sido invocada es para ser de utilidad en algo, para revelarle los misterios profundos que esconde este vasto universo. Un diálogo mudo no conduce a nada, si no hay un propósito firme cuando se invoca energías, fuera de toda explicación que rompe con la física demostrable. Nurimi, o Surimi, rompió la barrera del silencio y le introdujo a un diálogo mediúmnico o telepático. La conversación fue más fluida, sin restricciones de gestos corporales y medias verdades que uno mantiene en salvaguarda, cuando habla con otro ser humano. Sabinarrosa, si bien era un novato conversando con una diosa, era muy versado en temas desconocidos y eruditos, por encima de un alumno de la escuela de Jaún Weori. No hablaban con palabras, sino con ideas. Las imágenes que compartía la diosa a veces formaba picos de excesiva información para Sabinarrosa, que, de no saber regular su respiración, haciéndola profunda (aprendiz de meditación yoga), pudo sentir náuseas o vomitar, como sucede en toda mareación.   

Surimi percibió eso y decidió salir de su mente. Sabinarrosa controló más su respiración, estuvo al borde de un ataque de pánico. Se paró y tomó agua de una jarra. La escuchó. Surimi también hablaba. Su voz era cantarina y afinada, agradable. Se acercó a la mesa donde tenía extendidas las cartas del tarot egipcio. Se sorprendió al ver que casi toda su familia estaba retratada en esas láminas coloridas, algunos con sus nombres mal escritos. Sabinarrosa le explicó todo el lento proceso de creación del tarot egipcio, que partía desde las láminas del tarocchino, pasando por el de Marsella de Camoin, revisado por Eliphas Levy, quien creó el tarot de los bohemios incluyendo símbolos judíos, o el tarot de Rider-Waite, con una simbología distinta al de Marsella y se sigue usando hasta la actualidad, entre otros, hasta llegar al que publicara la editorial Kier de Argentina, cuya autoría es aún desconcertante y desconocida, por elaborar el tarot definitivo y más completo. Sabinarrosa le explicó que mediante el tarot se predecía el futuro. 

¿Predecir el futuro? Es poca cosa, reaccionó Surimi. Le dijo que no tenía sentido que su familia apareciera en esas ridículas láminas, siendo ella la hermana menor de Ma'at. Ella cambiaría el curso del destino. Sin despedirse, se desvaneció de un momento a otro. Sabinarrosa se quedó intrigado, no pudo sonsacarle más información de aquel primer encuentro con Surimi. Estaba solo. Pero le asaltaban las dudas. ¿Era ella una divinidad tal como se anunció? ¿Quién era Ma'at? ¿Qué quiso decir con lo de cambiar el destino? ¿De donde vendría ella? 

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