lunes, 11 de marzo de 2019

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Encarnación Sabinarrosa publicaría en 1957 un cuadernillo escueto sobre las prácticas intensas y vividas en la proyección astral. Un cuadernillo que fue replicado (sin permiso del autor), traducido al francés por Jeuyle y divulgado (sin el derecho de pago respectivo por propiedad intelectual) en varias bibliotecas personales que congregaban material esotérico. Sabinarrosa, al comprender que dicho cuadernillo no levantaba suspicacias en Montevideo ni en el reducido círculo académico en que se desenvolvía, se desentendió del tema y se dedicó de lleno al estudio del tarot (egipcio) y hacer una comparación hermenéutica con la baraja española. Sus conclusiones eran evidentes: una mayor simbología se concentraba y encontraba refugio en los 22 arcanos mayores, en tanto que en los restantes 56 arcanos menores, eran secuencialidades, detalles expresos o reflejos de espejo debidos a los arcanos mayores. 

El tarot egipcio era una réplica del tarot de Marsella que se creía perdido (Janowsky y Acosta lo rescatarían para la posteridad, allá en la década de los 90s, luego de un sesudo estudio detallado sobre todos sus símbolos, encontrados durante la restauración digital de cada arcano). Del tarot egipcio original, no se tendría noticias de cómo era; la reproducida por la editorial Kier era apenas una recreación, una idealización sobre la de Marsella, una evolución de la entregada por R. Falconnier a sus adeptos, quien decía que estaba basada directamente del "Libro de Thot", el precursor de lo que hoy en día lo conocemos como tarot (su origen sigue incierto). En cuanto al de Marsella, se conoce desde el siglo XI una copia, el cual se la ha considerado como una fuente recurrente que prevalece hasta hoy en día (aunque un historiador de arte italiano quiere reconocer, a toda costa, del origen primigenio del tarot como cosa italiana y no francesa o de otra denominación de origen).

Sabinarrosa no quería terminar como su idolatrado Fulcanelli, el esotérico misterioso que apenas pergueñó dos libros. Es más, no quería ser un desconocido Fulcanelli, ad portas de lo que se avecinaba: la era de Acuario, donde la sabiduría del Himalaya, de madame Blavatsky y de todos los grupos esotéricos, se desplazaban geomagnéticamente hacia los Andes, en el continente sudamericano, donde confluirían las fuerzas energéticas del Cóndor y el Halcón, el cual se irían concentrando ambas energías que requerirían un ritual de curación a principios del siglo XXI. La gran cicatriz, que representaba el Canal de Panamá, ese tajo antinatural practicado a un gran continente, debía ser sanado por los shamanes, aquellos hombres de gran sabiduría de la naturaleza, tanto del norte como del sur, para lidiar con los rituales de ambos lados y hacer fluir la inmensa energía concentrada. Sería una cita sin precedentes, para ese entonces.

A Sabinarrosa le fastidiaba un tema en esencial: cómo era que el Tarot Egipcio estuviera cargado de mayor simbolismo y elementos a tres niveles distintos integrados en una misma lámina, a diferencia del tarot de Marsella, que apenas tenía un solo nivel semiológico. Ahondando en un libro de Acosta, se topó con otro tema, ligeramente alejado del tarot, que quizás no tuviera nada que ver y estaba ahí por puro relleno (como suele pasar con el 90% de las monografías dedicadas al esoterismo poco serio y sin una base de estudio). Lo de la muerte del arquitecto Hiram, a cargo de dos o tres ineptos y brutos obreros (llamados Jubelo, Jubela y Jubelón), no se debía exclusivamente a costa de no develar un secreto iniciático. Sabinarrosa se había soplado hacía unos meses atrás, dos mamotretos que querían asegurar que la masonería tenía orígenes egipcios, cuando eso no es así, por más que quieran retorcer el sentido de cada estudio monográfico que surge con ese título. La muerte de Hiram siempre tenía un ápice de absurdo y de sin sentido. ¿Por qué matar a un hombre sabio, si estaba en medio de la construcción del templo? ¿Qué otra cosa pasó, que no lo cuentan en cada monografía (pese a sus yerros) que sale publicada o reseñada en el Magister Reviews, que hace parecer una historia muy tonta, acaso un cuento griego para niños? 

Sabinarrosa se encontraba estudiando el capítulo dedicado a la Papisa (Jean o Johannem faeminam) cuando un texto salvaje apareció: la muerte absurda de Hiram tenía una explicación si es que se lo retomaba desde lo sentimental. Bilkis o Belkis, la famosa reina de Saba, dedujo que el arquitecto Hiram dominaba más conocimientos que el vago irresoluto de Salomón, a quien sólo lo conocía de oídas y a través de regalos impersonales y que tenía fama de sumar mujeres a su harén, como quien colecciona figuritas para su álbum. Era lógico: en tierras de la reina de Saba, que ella terminase hechizada por el iniciado Hiram y que surgiera un apasionado y tórrido amor, hizo enfermar de celos al inepto, poco sabio y charlatán hasta la médula, tonto como un alcornoque y hasta sifilítico rey Salomón.

Al haber integrado el ingrediente de la pasión, se explica por qué murió Hiram, cuando no terminaba la obra en ejecución (un templo más de otros tantos). Los asesinos, conocidos en plural como Juwes, se integraron como parte de una leyenda alegórica, de los cuales habría dos mudos testigos, las columnas Jaquim y Boaz (una jónica y otra dórica). La relación Belkis-Hiram encendió más que iras de un minusválido mental como Salomón, ya corrompido con el paso de los años, su harén (según él, incompleto), vuelto materialista y con los síntomas avanzados de la sífilis. De Belkis nacería Menelik I, más hijo de Hiram que del malogrado Salomón. Lo de Belkis-Hiram trascendería más allá de la muerte. Se supo que años después, se presentó en la corte de la reina de Saba un joven, quien sin muchos aspavientos, cayó rendido en los brazos de una Belkis ya mayor. Ella lo reconoció sin mediar palabra alguna: era Hiram, transmigrado y luego de haber traspasado las barreras del más allá, para volver a los brazos de su amada Belkis.     

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